miércoles, 10 de noviembre de 2010

10/11/10 >> Un cuento.

Y un día me vi mojándome los pies a orillas de un rio que ya muy bien no conocía, aunque lo había visto antes, lo sabía.

Creo que estaba solo, no estaba muy seguro, pero creo que sí, estaba solo.

Miré a mi derecha y la vi. Ahí lo recordé todo. Josefina me ayudó a verlo más claro. Mi gallina siempre me recuerda lo que de repente se me hace agua en mi memoria nublada.

Una vez, lo recuerdo con claridad, una vez había estado mirándole un buen rato. Ella no se movía y de repente me miró, yo se que lo hizo como si supiera; le vino un hipo y se volvió a donde estaba, a su posición. Y ahí lo recordé, recordé que había dejado la tapa del tanque fuera y que si no la devolvía a su lugar perderíamos la poca agua que teníamos para el resto de la semana. Y estábamos a martes.

Y aunque ella lo supiese todo, no sabía que ya en esa época teníamos problemas con el agua. Sí, el agua. Estábamos rodeados de agua, no tenemos nada alrededor más que agua y sin embargo tenemos problemas con el agua. Sí, el agua.

Sin hacernos los sabelotodo, creo que según nuestra superficie, digo nuestra refiriéndome a la de Josefina y a la mía, vivimos en una porcioncita de tierra pequeña, muy diminuta, comparada con los grandes panteones terrestres que desde esta orilla podemos ver. Somos una miguita de la onza de pan. En relación tenemos más agua alrededor nuestro que todos ellos. Agua dulce, para mejor, y así y todo teníamos problemas con el agua.

Claro que ya no tenemos problema. Ya no tenemos quien nos traiga agua, ya no tenemos quien nos traiga algo que se nos antoje.

Por eso dije nuestra tierra, la de Josefina y la mía. Y aunque todavía no esté seguro, creo que sí, estábamos solos.

Luego de recordarlo todo también recordé por que estaban mis pies a las orilla, mojados ya arrugados y blandos.

Y ahora sé por qué lo había olvidado todo. Lo había querido olvidar. Ya hace tiempo lo supe junto con ella que lo sabe todo. Supe que nos movíamos. Nos movíamos con todo el mobiliario, con la tele y la estufa. Nos movíamos con el jardín y la casa, con la vecina Ana maría y con el de al lado. Nos movíamos con la cuadra nuestra y la de enfrente. Nos movíamos con el muelle, con la arena de la orilla. La isla se movía. Ellos se acercaban. Nos desaparecíamos.

Se acercaban más todos los meses y nosotros, Josefina y yo, lo veíamos. Veíamos como todos ya se iban, como querían alejarse y de repente no volvían. Veíamos nuestro espigón, nuestro muelle con más vida que nunca.

Pero Josefina lo vio, igual que yo. No era vida como esa que se ve en las ferias o en los jardines, era efímera, de esa vida de paso que es amontonamiento y movimiento y no pasa nada. Eso mismo le dije yo: “Míralos. Todos ahí apilados, embutidos, tan cerca como para olerse. Pero ciertamente no pasa nada, tan cerca y no pasa nada”. Ellos también lo sabían, sabían que nos movíamos y nos desaparecíamos. Pero creo que entendieron mal, porque si no, no me explico el apuro. Josefina me hizo entender muy bien, y creo que tiene razón: no es que nos acercamos, ellos se nos vienen.

Yo creo que otros ya se les fueron a ellos también. Pero no lo entendieron, no lo vieron tal vez, pero ellos se nos vienen y nosotros ya estábamos aquí de antes.

Ahora que ya lo recordé todo, veo como fue que sucedió. En verdad no fui yo quien lo vio, fue ella, yo estaba inconsciente, dormido, olvidándolo todo. Pero me imagino, desde aquí lo distingo, el agua ha bajado y la playa extendido, creo que hay más, mucha más arena de la que recordaba al caer en el sueño. Ella sabe que es cierto. Yo se que ella lo sabe.

1 comentario:

  1. (bueno si les parecio CACA al menos diganlo. criticamos o damos un pasito más, no sé.)

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